El consumo de azúcar
para aliviar las emociones!!!
Los cuentos de hadas son muchas veces un reflejo de las luchas internas que cada quien lleva adentro, a pesar de que nos cueste admitirlo. Las personas sabemos que somos objeto de deseo. Luchamos en contra de ser considerados un objeto.
En la vida real, ese espejo existe, tanto en mujeres como en hombres. Caminamos por la vida observando, comparando y juzgando. Nos escondemos detrás de la ropa, mostramos únicamente nuestros mejores atributos, cuidamos lo que comemos, nos castigamos internamente por no haber ido otro día más al gimnasio… Todo esto en silencio, en las profundidades de nuestros secretos más ocultos.
Sabemos que nuestro físico es nuestra carta de presentación ante el mundo. La sensación de que por esta razón no seamos aceptados, nos impacta con el miedo más grande: el de no pertenecer. Recorremos entonces largas distancias para llevar a cabo todas las estrategias para tener esta garantía. Dicho miedo genera en nuestro cerebro una vigilia constante, la que nos inunda de una ansiedad permanente. Hasta cierto punto, aprendemos a manejar esa ansiedad, a tal grado que puede incluso ser imperceptible. Es hasta que nuestro cuerpo se enferma que nos percatamos de que hemos sido víctimas de nuestra propia tensión. Para manejar esa tensión, nuestro cerebro instintivo busca y encuentra alivios. El alcohol, las drogas y la nicotina son las formas más conocidas para evadir y anestesiar las emociones. Sin embargo, existe un sinfín de métodos que logran el mismo objetivo.
La vida se encarga de traernos retos más allá de nuestra búsqueda de aceptación y de pertenencia. Esa es quizás una constante. Pero agregado a todo esto, también existe la realidad de esos eventos inadvertidos que todos tenemos y que únicamente llenan nuestra existencia de más dolor, dudas, miedos e inseguridades. Existen eventos con un impacto aún mayor que nos dejan desválidos, como cuando atravesamos una pérdida. Puede ser desde la muerte de un ser querido, hasta la pérdida de la ilusión de un sueño. El perder nos deja dudando sobre nuestro merecimiento. Dudamos si podemos seguir soñando y tememos continuar vivos por miedo a que las pérdidas continúen.
Nuestro miedo sobre nuestra belleza y sobre la aceptación que podamos tener dentro de nuestro grupo, muy rápidamente se torna en apego. Cuando sentimos que alguien nos ofrece algún tipo de acogimiento, aunque éste no sea el más seguro, nos aferramos fuertemente a esa persona. Es así que inicia nuestra adaptación. Nos adaptamos y nos conformamos a lo seguro, dejando ir nuestros sueños. Reconocemos que la vida nos roba tantas cosas, que no nos queda más que seguir adelante cuesta arriba. Buscamos incesantemente experiencias que nos ofrezcan sensaciones y experiencias agradables. Lamentablemente, éstas vienen con muy poca frecuencia o no tan seguido como quisiéramos.
El azúcar, entonces, en sus múltiples presentaciones, se convierte en un buen y fiel acompañante. Cuando estamos atrás de una computadora largas horas sin descanso, con demandas de entrega y sin opción a caminar descalzos por la hierba, ir a la tienda por un paquete de galletas o una dona resulta un placer enorme, aunque momentáneo. Muy seguramente, el cerebro se alegrará y nos ofrecerá la irrigación de esos neurotransmisores que nos dirán que “todo está bien”. Aprendemos a amar ese momento, ese engaño momentáneo. Y es así que anhelamos la hora de la refacción o la oportunidad de abrir nuestra mochila –una tienda portátil que a toda hora nos ofrece esos dulces placeres.
Más temprano que tarde, vemos que nuestro cuerpo empieza a cambiar de forma. Nuestra ropa parece haberse encogido. Volteamos a ver el espejo, el cual cada vez nos ofrece una imagen menos deseada. Cerramos los ojos y dudamos cada día más sobre nuestro valor al ver que nuestra figura se desfigura. La relación con nosotros mismos se deteriora, lo que da lugar a más tensión, más ansiedad y más deseo de calma. Esto se traduce en más donas, más galletas, más chocolates y más pasteles, generándose así un círculo vicioso (muy difícil de cortar) y una pérdida más: nada más y nada menos que la pérdida de la relación amorosa con nuestro cuerpo.
Nuestra biología va a hacer todo para traernos calma y para asegurar nuestra sobrevivencia. Pero los seres humanos somos capaces de trascender nuestra propia biología. Y aunque la situación parezca desesperanzadora, existe una salida. Cada reto que la vida nos trae es una oportunidad de crecimiento. Estamos capacitados para encontrarle sentido a las cosas. Podemos recordar que somos mucho más que nuestro cuerpo. Podemos reconocer que nuestro valor verdadero está en lo que reside dentro, es lo que nos hace humanos, únicos e irrepetibles. Es la aceptación de nosotros mismos como seres valiosos lo que nos permitirá iniciar la reconciliación con nuestro cuerpo. Es en la medida en la que al único espejo a quien le preguntemos sobre nuestra belleza sea ese espejo interno que puede recordarnos que somos materia Divina, que somos perfectos y que somos bellos, más allá de lo que las donas y el chocolate puedan definir… en ese momento, seremos el reflejo de lo que realmente somos.
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